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Mi nombre es Elend. Winter. En realidad no, pero prefiero que me conozcáis por ese nombre.
Sí, Elend.
Escribo bastante, a veces para plasmar esas ideas que explotan en mi cabeza como fuegos artificiales;
a veces para simplemente saciar al papel en blanco, y darle vida, forma, y color. Me encantan las galletas. Por eso espero que me dejéis bastantes :) (comentarios)

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El equilibrista
martes, 16 de marzo de 2010 13:16
Cuando dudes, mantén la altitud. Nadie ha chocado jamás contra el cielo.

Anónimo

 La cordada entre ambos edificios estaba ya tirada. Tensa y aplomada, la cuerda de acero dibujaba una línea casi recta, levemente curvada, dando forma a una elipse invertida. El suelo, ejerciendo su derecho a la gravedad, pareciera que tirase de ella con una fuerza invisible desde muchos metros más abajo.
La expectación era máxima. Cientos de curiosos, elevaban su vista al aire. Quien estuviera acostumbrado a aquellas vistas, apenas distinguiría las dos torres que llamaban gemelas, pero nada más. Pero os aseguro, que la cuerda, como un hilo de araña, las unía azotea con azotea. Y sin más, a la hora prevista y sin retraso, hizo acto de presencia el equilibrista.
Apenas un pequeño punto en el horizonte comenzó su evolución. Se deslizó desde la primera torre, sobre la cuerda, sin que los policías llegaran a tiempo a la azotea para detener su locura. En la grabación, salen sudorosos, intentando recuperar el resuello, y gritando al hombre sin posibilidad alguna de convencerlo. Éste, por su parte, aferrado a la pértiga como un naufrago a un barril que navega en el agua tras el desastre, continua caminando por la angosta línea que lo separa del vacío. Un traspié, y todo habrá concluido.
El equilibrista transita por la cuerda, absorto, evadida la consciencia, y se aproxima al final del recorrido. A escasos metros frente a él, la azotea de la segunda torre se muestra majestuosa y habitada también por otros policías, que al igual que sus compañeros, intentan disuadirlo de su delirio. Se muestran, los policías, como esos matones de media estofa, que farfullan, insultan y malmeten, pero que nunca pasan a la acción. Que en este caso, sería saltar a la cuerda para detenerlo.
A ambos lados, sobre las dos azoteas, cientos de periodistas disparan sus cámaras o graban en video el sortilegio. Y el artista, ajeno, camina de lado a lado, haciendo equilibrios con calculada mesura y a cientos de metros de altura.
Abajo, sobre el asfalto, la gente curiosa crece en número. Basta con que una persona señale con el dedo y todos, de improviso, vean lo intangible. Aquel sutil puntito es un hombre haciendo equilibrios malabares. Y por ello, al comprender, el gentío estalla en murmullos y exclamaciones, en gritos y aplausos. Y muchas personas, al fin y en aquella ciudad, hacen algo a la vez.
Tras quince minutos, la euforia inicial de desvanece poco a poco. El interés de la muchedumbre se diluye y muchas cabezas, otrora con la vista levantada al horizonte, descienden la mirada, tal vez debido al cansancio. Pero el equilibrista, ebrio de placidez, continúa suspendido sobre la cuerda.
Cada cual tuvo su perspectiva. El equilibrista, justo en el centro de las dos torres, descansando sentado sobre el acero. Los policías, en ambos extremos, esperando impacientes a que el show finalice. Y los curiosos, abajo, que mantienen la expectativa a duras penas, pues cierta neblina se ha apoderado de la zona norte de ambas torres, dificultando así su enfoque.
Por ello, digo, les sorprendió a todos aquel avión que haciendo casi un vuelo rasante rompió para siempre la armonía de aquel horizonte.


El relato está basado en parte en hechos reales. Philippe Petit cruzó sobre un cable las torres gemelas de Nueva York en 1974. Un documenta titulado “Man on wire” relata los hechos. Sin embargo, existe un fotograma aterrador. Mientras camina sobre el cable, un avión a cierta altura, sobrevuela la escena. El relato surgió de esa imagen. El resto, no es necesario imaginarlo.


Orwell

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