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Mi nombre es Elend. Winter. En realidad no, pero prefiero que me conozcáis por ese nombre.
Sí, Elend.
Escribo bastante, a veces para plasmar esas ideas que explotan en mi cabeza como fuegos artificiales;
a veces para simplemente saciar al papel en blanco, y darle vida, forma, y color. Me encantan las galletas. Por eso espero que me dejéis bastantes :) (comentarios)

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Y díjole que quería seso,
más no vigor ni fortaleza.


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3.2
jueves, 6 de mayo de 2010 10:09

 Aspira entonces el humo proveniente de su infestado cigarrillo, embriagándose del olor que emanaba aquel apoyo que sostenía sus alargados dedos, y no al revés. Parpadea, y sus pestañas se balancean e integran en un debate autónomo sobre caer rendidas y dejar sus armas o continuar, mientras palabras queden por escupir al paladar del combatiente enemigo. Alza cavizbajo el pie dormido hasta colocarlo en su acomodado escritorio, y esconde su cabeza, al igual que las avestruces ante el peligro; aunque el único peligro en ese momento es la simple arritmia en el espacio. Él no se deja ver tras el cuello de su camisa, que parece alzarse a combatir por él.

Piensa que no le gusta su trabajo. También piensa que tiene razón. Nunca no ha creído no tenerla.

Piensa que debería buscar otro trabajo, aunque le cansa la idea de tan siquiera pensar en el dicho oficio.

Aplasta el cigarro contra el cenicero de cristal, con fuerza, esparciendo toda la nicotina que había en él, ahora presente, penetrante en el aire. En ese momento su gesto se llena de amargura, nunca le gustó aquel cenicero; no por el caso que odiaba el cristal por su inmensa fragilidad al golpe, sino por ser el presente de su cuñada, a quien le desagradaban los fumadores. Era burla sonora en sus narices.

Un golpe en aquella barrera de silencio lo hizo reaccionar. Maldijo cientas y mil veces el teléfono por sonar. Maldijo a la línea, y a la corriente eléctrica. Maldijo al café, frío desde hace rato, quieto en su escritorio.

No descolgó el teléfono, no tenía motivos para contestar. Pero aquello le bastó para despertarse de su estado ausente. Maldijo de nuevo, a su memoria, la que no se acordaba de que no quedaba café, ni leche.

Mira como si por primera vez se tratase la sala. Estaba desordenada, y casi no se podía percibir el olor de los muebles ni del aire debido a la densa capa de humo y tabaco formada por varios días de aislamiento.

Miró hacia el televisor. Nunca le gustó aquel cacharro, le parecía una caja tonta, comercial y como decía su abuela: "llena de verdades". Pero le daría una oportunidad, de quitar el amargo estado en el que se encontraba.

Una voz chirriante lo amenazó con apagar aquel televisor de inmediato, pero a la vez le sugería quedarse, y tras aquellos ruidos, dejar escuchar lo que tenía que decir.

"¡Es hora de reinventar, de idear nuevas formas de liderazgo! ¡Dejar de jactaros de vuestros errores, como bufones en Babia quedaron, más ninguno sobrevivió! ¡Revolución! ¡Gritad con fuerza vuestros deseos, vuestra libertad! Aquellos que no cumplen su labor como líderes, aquellos,¡ quienes se enconden bajo sus leyes y normas de llamada justicia! ¿Quiénes son en realidad? ¿Acaso no son mimos, no son simples histriones? ¿Acaso no hablan suficiente los llantos, y las desgracias de sus ciudadanos? ¿Acaso faltan pruebas? ¡De éstan nos acusaron de traidores, de carencia de papeles, que no dicen más que lo que quieren contar! Paganos, ¡alzad vuestras manos hacia la libertad, aún si quedáis tullidos en el intento, aún si quedaís privados de la palabra, de la sed en el aire! ¡Levantáos, pues tenemos mucha más conciencia que los que bajan ahora y se esconden en sus madrigeras a recaudar fondos para el próximo invierno, la próxima batalla! ¡Sed libres de reaccionar, y liderar vuestras dependencias, gritad por vuestra libertad!"

Apaga el televisor, y con él, aquella voz molesta para cualquier tipo de oído, aunque a gusto con cualquier tipo de revolución.

Su situación es la misma, el mismo humo, la misma habitación, la misma arritmia y escalonada, densa monotonía, pero algo había cambiado.

Abre sus cortinas, llenas de polvo lúgubre y sonríe. Ahora todo le parece cercano, y peculiar. Puede observar con total detenimiento las sensaciones y acciones de las estaciones, de los objetos, de los transéuntes.

Piensa en que, tal vez, hoy vaya a trabajar. Y él siempre cree tener razón.


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